Rafa Roca
Mi proyecto
La ingente cantidad de repertorio que tenemos a nuestro alcance en la música clásica, tal vez sea la mayor fortuna con que contamos los pianistas, ya que cubre todas las necesidades expresivas y gustos estéticos tanto de los intérpretes como del público. De hecho, no solo contamos con las obras escritas expresamente para nosotros, sino que además nos ha llegado un corpus inagotable de transcripciones de obras originales para otros instrumentos que se han acabado convirtiendo en repertorio estándar en los recitales solistas.
A pesar de esto, un peligro que acecha a la música clásica es el de convertir sus salas de concierto habituales en museos, donde están siempre programadas las mismas obras estructuradas con los mismos patrones, sin aprovechar las posibilidades creativas que ofrecen siglos de conservación musical. Este es un peligro que, en mi opinión, se ha materializado en las décadas más recientes, donde las ideas con las que los solistas confeccionan sus conciertos parecen haberse estancado de manera general.
Si miramos al siglo XIX, cuando el concepto de música clásica era joven y todavía se estaban descubriendo las obras que hoy consideramos capitales, nos daremos cuenta de que los compositores a los que tanto admiramos por su música fueron también intérpretes que corrieron grandes riesgos en su carrera para dar a conocer la música del pasado que creían merecedora de un lugar en los libros de historia, además de las novedades de sus contemporáneos y sus propias composiciones. El piano jugó un papel esencial en este proceso.
